No lo sabrás nunca, el secreto me lo llevaré a la tumba

Julio César Ruiz – Fundación Adoptar

Esas fueron las palabras de Georgina, cuando le pregunté sobre quién era mi madre biológica.

Nunca pensé que iba a aceptar el fraude y la mentira a cambio de un papá y una mamá. La anestesia de una cirugía, había despertado el secreto que todos conocían…menos yo.

Mis ojeras, no desalentaron frases de apoyo como: “Nunca olvides, madre es la que te crió, no la que te parió”, “Debes ser agradecido”, “Debes pensar que hay muchos niños que la pasan peor que vos, que los matan, que los incineran, que no tienen el beneficio que tuviste de haberte criado con una familia de bien”. “No debes ser injusto con los que te dieron la posibilidad de vivir” “Debes pensar en los sacrificios que hicieron, para que seas una persona como la que llegaste a ser”, “No debes ser tan desagradecido”

Dejar de ser adulto, llorar como un niño abandonado. Buscar entre la gente mis caras progenitoras. Dudar de todos. Querer saber si alguna vez fui una vergüenza para alguien o para muchos. Morir de repente, seguir creciendo, o quizá no…una abrupta y perversa responsabilidad para un ser indefenso…recién nacido con 24 años de existir en la mentira.

Por dos años trabajé en la Sala Cuna. Deseaba escribir un libro que diga, cómo y porqué se abandonan bebés. Cómo y en qué estado llegan a esos lugares tan inmensos y fríos. Quiénes son los que los compran.

Por qué a los bebés internos les dan mamaderas apoyados en sillas de metal, y no los tocan para evitar que se encariñen.

Por qué los colocan frente al televisor todo el día y les sirven la cena a las 6 de la tarde.

Por qué la gente se ríe cuando los bebés se abrazan a las piernas de cualquiera, ansiosos les buscan los rostros y le dicen papá o mamá.

Por qué las monjas utilizan personal masculino de mantenimiento, para que los bebés conozcan de lejos lo que es un hombre.

Por qué las personas entran a verlos, los días de visita, como si fueran monos, les dan galletas y por ser tantos nunca les lavan los dientes y viven con caries que duelen por la noche.

Una mañana del 88, se acercaron por el borde de mi escritorio, los ojitos de una nena interna de 4 años, quién me preguntó: “¿Qué estás haciendo?”“escribiendo”, respondí. Advertí que sin siquiera interesarle mi respuesta me replicó: “¿Para qué?”

Fastidiado esbocé lo que me había prometido sería mi última respuesta, cuando sin dejarme espacio volvió a preguntar: “¿Me puedes conseguir un papá y una mamá?”

Comencé a sentirme atormentado, incomodo, sin ideas y hasta sin ganas de hablar, cuando mirándome fijo a los ojos, y casi en secreto me dijo: “Yo sé tender las camas”

Cerré el cuaderno en el que escribía algunas notas, me levanté avergonzado de estar como estúpido perdiendo el tiempo intentado escribir un libro que ella nunca podría leer, y me prometí buscarle un papá y una mamá.

Aún no lo logré. Por temor a que no lo sepa, ni siquiera le pregunté su nombre. En la actualidad debe ser ya una adolescente, perdí su rastro y no sé dónde está.

Aquella bebé me enseñó cómo salir del agujero de mi muela y ver más allá de mi propio dolor. Allí, en ese preciso instante, nació la Fundación Adoptar.

Los ojos que nunca olvidaré

Escribió Julio César Ruiz

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