La Iglesia y la Paidofilia

Iglesia verde

La paidofilia, el cura Lutwidge Dodgson, el cura Grassi y la Iglesia

La Iglesia Católica, Apostólica y Romana debe hacerse eco de este mal que azota a nuestros niños.

Es tanta la destrucción afectiva, emocional, física, psicológica y espiritual de los niños utilizados en la pornografía infantil en muchos casos generados por los mismos sacerdotes, que definitivamente la Iglesia…tiene la palabra… hasta el momento…nada dijeron… o nada de ello se escuchó

El caso del mediático padre Grassi y su incursión probada y condenada en el abuso de niños, puso a la pedofilia en el centro de atención de los medios de comunicación. Como siempre, la sobre exposición del tema, lejos de aportar información, agrega confusión y consolida los prejuicios más primitivos.

La paidofilia (del griego paiz, niño) puede caracterizarse como el deseo sexual, sin duda condenable socialmente, de un adulto hacia un niño. Fuera del interés morboso y voiyerista por conocer los detalles de alcoba, el caso del mentor de la Fundación “Felices los niños”, no convoca más que a la moralina y al escándalo. No ayuda a pensar.

Parece que aporta algo a la comprensión del fenómeno si podemos revisar la paidofilia como un caso arquetípico de amor imposible, fuente inagotable de inspiración artística. En tal caso, la figura que aparece, en primer término, es la de Lewis Carroll, pseudónimo detrás del cual se escondió otro reverendo, Charles Lutwidge Dodgson, autor de cuentos para niñas, siendo el más conocida ¨ Alicia en el país de las maravillas¨

Durante los festejos del centenario del nacimiento de Carroll (27 de enero de 1832), recién popularizado el psicoanálisis, gran cantidad de intérpretes y comentadores extrajeron audaces conclusiones sobre la inocultable inclinación amorosa de Dodgson hacia el mundo de las niñas, creyendo encontrar en estas relaciones, que agotaban la vida afectuosa del reverendo, la esencia y la verdadera fuente de inspiración de su obra literaria. Charles Dodgson tuvo docenas de amigas infantiles a quienes trataba de igual a igual y frente a las que siempre se presentó como Lewis Carroll. Con ellas revivía el perdido mundo de juegos infantiles pero tan pronto como llegaban a la pubertad dejaban de interesarle. Sus Diarios registran con meticulosidad los detalles de estas relaciones. Las invitaba a tomar el té y, más tarde, venía la invitación de subir a las habitaciones superiores donde las fotografiaba.

Acerca de esta afición escribió un amigo de Carroll :

” Las niñas de Oxford eran fotografiadas con el vestido preferido del artista -“nada”-, tendidas sobre un cobertor o sobre un sofá . El gusto de Carroll por los disfraces no dejó de aumentar. Disfrazó a sus pequeñas amigas de niñas romanas o griegas, las vistió con chales hindúes, con vestidos folklóricos daneses, las transformó en chinas, las vistió con los ropajes de los mares del Sur, con ropa de playa (la gradación resulta inevitable, en efecto) y, en ciertas ocasiones, las desvistió un poco más, hasta que ya no quedó ningún disfraz”.

Entre sus cartas y Diarios se encuentran evidencias de la preocupación o reparo que provocó en su familia esta afición artística del reverendo. En el año 1863 registra un total de 107 nombres de niñas fotografiadas, catalogadas por el nombre de pila y la fecha de nacimiento, algunas de ellas sans habillement, como eufemísticamente las describe Carroll.

Entre todas las niñas con las que entabló amistad el reverendo Dodgson, la que mayor influencia ejerció y la que despertó mayor apasionamiento fue Alice Lidell. Dodgson conoce a la que sería la heroína de sus obras cuando tiene 25 años y la niña aún no cumple los cuatro años, escribe en su Diario, el 8 de marzo de 1856, “Marco esta fecha con una piedra blanca”. La fecha marca el inicio de una intensa presencia en la casa del doctor Liddell hasta que fue interrumpida abruptamente por la madre de la niña. En la época en que la relación con los niños de la familia Liddell era frecuente, se produjo el famoso paseo que dio origen al cuento Alicia en el país de las maravillas, en el verano de 1862.

De haber ocurrido hoy en día, época tanto o más represora que la victoriana, es probable que el reverendo Dodgson terminara dando explicaciones en los estrados judiciales.

Las aventuras de Alicia, las que forman parte de nuestra felicidad, afirma Borges, reflejan la soledad del célibe reverendo Dodgson. A este personaje Artaud lo califica como “perverso”, mientras que el escritor Richard Wallace ( Agony of Lewis Carroll , Gemini Press, 1990) pareció dar, finalmente, con la identidad de aquel homicida y protovampiro de la época “Jack el destripador”. El culpable, según Wallace, fue un matemático despiadado, un ajedrecista contumaz, un fotógrafo acusado de paidófilo, un perverso prestidigitador de paradojas y anagramas que alcanzó celebridad gracias a un par de libros que publicó ocultándose en un pseudónimo, Lewis Carroll.

Más allá de las distintas patologías bajo la cual encuadrarlo, podemos admitir, junto con G. Deleuze ( La lógica del sentido , Barcelona, Paidós, 1989, p.240), que los autores, si son grandes, son más un médico que un enfermo. En este sentido, los artistas son geniales cuando son diagnosticadores, sintomatólogos, no de su propio caso sino clínicos de la civilizacion. Tal sería, entonces, el caso de Lewis Carroll.

Cristina Ambrosini – cambrosi@ba.net – Licenciada en Filosofía U.B.A. Docente de la cátedra de Ética de la Facultad de Filosofía y Letras de la U.B.A.

Escribió Julio César Ruiz

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