El sufrimiento de los giles
Si un hombre como el de la imagen, (cara más o menos habitual de este tipo de personas) recibe un mail para concurrir a una “cita” o un panfleto por la calle, que le proponga la concreción de un sueño anhelado o la fantasía sexual que tanto esperaba, le pasará hoy o mañana, de modo inexorable, que comenzará a ser víctima, de la siguiente manera:
El “captador callejero” es el que tantas veces observamos en la calle, ofreciendo tan sólo a los hombres, una tarjeta diminuta, y será el encargado de trasladarlo al goce, como él nunca imaginó. Casi con un empellón, lo hará cruzar una puerta, que lo llevará al lugar señalado.
De repente, se terminará el sol y podrá ver de a poco una oscuridad, casi total, iluminada por una lámpara roja que con una luz tenue señalará una mesa, con una mujer semi desnuda, que sin hablar, pero con gestos sexuales, lo llamará a que tome asiento a su lado.
Todo ocurre velozmente. La escena se completa con el ingreso repentino de un mozo, que trae dos jugos de naranja, que en realidad nadie pidió.
De pronto, el gil o víctima escuchará un pequeño susurro al oído cuando una mujer, le preguntará si desea tocar alguna parte desnuda de su cuerpo. Sin siquiera poder dar el sí, el Gil comenzará a sentir que lo rodea un calor que le ingresará por cada poro de la piel y le acariciará aterciopeladamente el rostro de la manera, como nunca lo había imaginado.
Ya para la altura de esos acontecimiento, no pudiéndo creer, el arrastre que tiene y la sensualidad que siempre intuyó tener, pero en realidad nunca logró que se lo digan, comenzará a sentir una sofocación que ni siquiera le permitirá respirar. Sentirá un suave ahogo, mezclado con un tiritar involuntario de dientes.
Con un seno desnudo en la mano derecha, escucha un nuevo susurro al oído, enterándolo que para estar con ella tiene que pagar una suma inalcanzable para sus posibilidades, por ejemplo $ 800.- por media hora. Imprevistamente siente una tremenda fuerza interior que lo estimula para salir corriendo y vender el auto que tiene estacionado a tres cuadras, asaltar un kiosco, pedir un préstamo o matar una viejita.
Luego de una breve reflexión se da cuenta que todo esto es una fantasía y que nunca podrá encontrar ese dinero, o si lo hace, muy probablemente será un cange, entre pagar el alquiler del departamento o aquella fantasía prometida. Opta finalmente por decir, que no tiene esa plata. Le preguntan:…”cuanto tienes”. La musculatura de su cara comienza a independizarce del sistema nervioso central. Comienza a emitir una sudoración olorosa que ni él mismo soporta, se le empiezan a venir a su lengua, más que a su cerebro algunas mentiras para decir, mientras el sofocamiento lo empieza a asfixiar.
De repente, aparecen en escena dos hombres inmensos que se acercan en la oscuridad y por detrás le solicitan, por supuesto amablemente que pague los jugos. La primera reacción del cliente es decir que él no pidió el jugo, pero cuando ve los rostros y los brazos cruzados dice balbuceante: “pero ni siquiera lo probé”, ante lo cual vuelve a mirar la cara de los hampones y toma la decisión definitiva de pagar los jugos y dice: ¿”entonces cuánto es el jugo”?
Le responden: “son dos jugos, el tuyo $ 120 y el de la mina $ 250.-“
Ya entregado, el cliente dice con la voz entrecortada, no tengo ese dinero. Casi sin haber terminado la frase, lo levantan en vilo, lo hacen girar en el aire y le sustraen anillos, teléfono celular, todo el dinero que tiene, todas sus pertenencias y los documentos de identidad. En ese estado, con amenazas lo acompañan a la puerta y le dicen que no lo quieren ver más por allí y que si vuelve lo matarán.
Esta situación, ocurrre en plena Av. de Mayo, por Florida, por Corrientes por Lavalle en Buenos Aires
Tirado afuera, se arregla la ropa y el pelo, tratando de que nadie advierta lo que le acaba de ocurrir. Sin quererlo, mira hacia arriba, y el reloj de la Catedral le dice que tan sólo transcurrieron 15 minutos desde aquel sueño imposible y el golpe estúpido de su realidad.
Si un hombre como el de la imagen, (cara más o menos habitual de este tipo de personas) recibe un mail para concurrir a una “cita” o un panfleto por la calle, que le proponga la concreción de un sueño anhelado o la fantasía sexual que tanto esperaba, le pasará hoy o mañana, de modo inexorable, que comenzará a ser víctima, de la siguiente manera:
Es abordado, por ejemplo en la calle de Buenos Aires por el “captador callejero” es el que tantas veces observamos en la calle, ofreciendo tan sólo a los hombres, una tarjeta diminuta, y será el encargado de trasladarlo al goce, como él nunca imaginó. Casi con un empellón, lo hará cruzar una puerta, que lo llevará al lugar señalado.
De repente, se terminará el sol y podrá ver de a poco una oscuridad, casi total, iluminada por una lámpara roja que con una luz tenue señalará una mesa, con una mujer semi desnuda, que sin hablar, pero con gestos sugerentes lo invitará a que tome asiento a su lado.
Todo ocurre velozmente. La escena se completa con el ingreso repentino de un mozo, que trae dos jugos de naranja, que en realidad nadie pidió.
De pronto, el gil o víctima escuchará un pequeño susurro al oído cuando la mujer, le pregunta si desea tocar alguna parte desnuda de su cuerpo. Sin siquiera poder dar el sí, el Gil comenzará a sentir que lo rodea un calor que le ingresará por cada poro de la piel y balbuceará una especie de si.
Ya para la altura de esos acontecimiento, no pudiendo creer, el arrastre que tiene y la sensualidad que siempre intuyó tener, comienza a sentir una sofocación, un suave ahogo y un tiritamiento involuntario de dientes.
Con un seno desnudo en la mano derecha, escucha un nuevo susurro al oído, enterándolo que para estar con ella tiene que pagar una suma inalcanzable para sus posibilidades, por tan sólo media hora. Imprevistamente siente una tremenda fuerza interior que lo estimula para salir corriendo y vender el auto que tiene estacionado a tres cuadras, asaltar un kiosco, pedir un préstamo al que sea y en las condiciones que le pidan.
Luego de una breve reflexión se da cuenta que todo esto es una fantasía y que nunca podrá encontrar ese dinero, o si lo hace, muy probablemente será un canje, entre pagar el alquiler del departamento, embargar la comida del mes para cumplir semejante propuesta.
Opta finalmente por decir, que no tiene esa plata. La mujer le pregunta:…“cuanto tienes”. La musculatura del Gil comienza a independizarse del sistema nervioso central. Se percibe transpirado, se le seca la lengua, cuando cae en la cuenta que tan sólo tiene unas monedas.
De repente, aparecen en escena dos hombres inmensos que se acercan en la oscuridad y por detrás le solicitan, por supuesto amablemente que pague los jugos. La primera reacción del Gil es decir que él no pidió ni aún lo tomó al jugo, pero cuando ve los rostros y los brazos cruzados dice tembloroso: “pero ni siquiera lo probé”, ante lo cual vuelve a mirar la cara de los hampones y toma la decisión definitiva de pagar los jugos y dice: “entonces cuánto es el jugo”
Le responden: “son dos jugos, el tuyo $ 120 y el de la mina $ 250”
Ya entregado, el cliente dice con la voz entrecortada, no tengo ese dinero. Casi sin haber terminado la frase, lo levantan en vilo, lo hacen girar en el aire y le sustraen anillos, teléfono celular, todo el dinero que tiene, todas sus pertenencias y los documentos de identidad. En ese estado, con amenazas lo acompañan a la puerta y le dicen que no lo quieren ver más por allí y que si vuelve lo matarán.
Esta situación, ocurre en plena Av. de Mayo, por Florida, por Corrientes por Lavalle en Buenos Aires
Tirado afuera, se arregla la ropa y el pelo, tratando de que nadie advierta lo que le acaba de ocurrir. Sin quererlo, mira hacia arriba, y el reloj de la Catedral le dice que tan sólo transcurrieron 15 minutos desde aquel sueño imposible y el golpe estúpido de su realidad.
Escribió Julio César Ruiz