Añatuya: Bebés rubios y varones son más caros

La imagen pertenece a la película española niños robados

Diario La Capital – Rosario de Santa Fe

14.06.2006

Los bebés rubios y los varones son los más caros a la hora de comprar

Por Laura Vilche / La Capital (enviada especial)

En el hospital de Añatuya muchos cuentan que les han preguntado alguna vez si querían entregar a sus hijos

“Rosario es uno de los destinos del tráfico de bebés que se da aquí en Añatuya, esta es la cabecera del negocio en la zona; el caso de Pinto es apenas uno más y no será el último”. La frase, lanzada ayer, pertenece a una de las fuentes con las que La Capital tuvo contacto directo en Santiago del estero; una de las tantas personas que por las calmas calles de Añatuya habla del comercio de niños como algo común y de larga data.

“Acá los chicos tienen precio. Si son varones y rubios se cotizan más. Se pagan entre 30 y 80 mil pesos, los morochitos cotizan menos; y si se lo manda afuera hay que calcular unos 200 mil pesos en euros. Eso se reparte entre las bandas. A las madres biológicas les dan desde chapas o una casa en un barrio humilde hasta nada, se juega con su miseria”, dice el mismo portavoz.

Hasta esta semana a cualquier rosarino le habría costado ubicar en el mapa a Añatuya (a 194 kilómetros de la capital de Santiago del Estero) o a su vecina Pinto. Todo cambió cuando se supo que Liz Anahí Benítez, una pinteña humilde de 30 años, fue captada por una supuesta banda de Rosario que la llevó a parir al Hospital Provincial y dio en adopción a su bebé nacido el 6 de abril. Un caso que investiga la Justicia por el que ya hay tres detenidos y al que se refirió el gobernador Hermes Binner al remarcar: “Hay una red que no conocemos”.

Inofensiva. Añatuya parece inofensiva. En apenas 25 kilómetros cuadrados se concentra una cantidad excesiva de avenidas y 25 mil habitantes. Los añatuyenses llegan a padecer 52 grados de calor en enero e incesantes cortes de luz. Pero ellos, y sobre todo, se quejan por la falta de agua, la desocupación, el chagas, el alcoholismo y la “mala fama”. Es que a esta ciudad se la denomina “Capital de la Tradición”, pero no son pocos los que agregan: “Tradición del mercado negro de drogas y la venta de bebés”.

Aldo Sanagua, de 47 años, es un fabricante de golosinas y periodista aficionado del lugar. Hace años que en conjunto con la Fundación Adoptar (con sede en Tucumán) viene denunciando el tráfico de chicos de Añatuya y, por ello, dice que fue amenazado en más de una oportunidad. “En el negocio con los niños hay distintas bandas: rurales, hospitalarias, de clínicas, hoteleras, domiciliarias, viajeras, religiosas e internacionales. La de Rosario sería una viajera”, opina y detalla la dinámica del comercio.

Dice que en cada grupo delictivo hay personajes que actúan como captadores (monjas, enfermeros, punteros o parapsicólogos), algunos que son parte del mercadeo (abogados, médicos o escribanos) y otros tantos que están ligados al blanqueo (también médicos, empleados del Registro Civil o judiciales). Todos ellos “pertenecen a las clases media y alta de Añatuya”, según Sanaua, “y hacen buenas migas con el poder político y religioso: es un verdadero terrorismo de Estado lo que se vive aquí, un lugar con estos negocios y hasta con soja, que sostiene un 60 por ciento de la economía provincial a pesar de tener una población con un 80 por ciento de desocupados y con hambre de verdad”.

Las voces de la calle. Por las calles de Añatuya no cuesta mucho que alguien aclare qué función cumple una “buscapanza” (captadora de embarazadas que quieran dar a sus hijos) o una “mensualera” (paga entre 400 y 500 pesos por mes a las mujeres pobres para que se embaracen y después se pueda vender el bebé). Tampoco es difícil que alguien apunte a los barrios La Merced, El Triángulo, Colonia Osvaldo y San Jorge como los que se han levantado prácticamente tras el negocio de un hijo. “Un bebé por una casa”, dice el lema popular.

A este diario le bastó esperar por dos horas al intendente Vidal Isaac Ulloa a metros de su despacho para que varios añatuyenses, que también aguardaban al funcionario por diversos trámites, comentaran sin sorpresa alguna lo que habían vivido en torno al tráfico de bebés. “Tengo una hija de 7 años y cuando estaba por ingresar a la sala de partos del hospital un religiosa me preguntó si quería dar a mi bebé”, comentó S., de 37 años. Otra mujer, V., que hoy es abuela, relató que “a mi hija embarazada y soltera un sacerdote la quiso convencer hace 11 años de que diera en adopción a su bebé ya que era tan bonita, joven y no tenía marido”, dijo. El mismo tenor tuvo el relato de C., padre de 9 hijos: “Vos sabes, (sin acento como se habla en Santiago), a mí me pasó dos veces y en la sala de partos; me pidieron a los dos más chicos”.

Añatuya parece inofensiva. Las siestas son desoladas y su gente es callada pero cuando habla desnuda otra ciudad.

 

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