Expósitos…cómo sanarlos

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El marasmo psíquico u hospitalísmo es una dolencia representada por un conjunto de perturbaciones somáticas y psíquicas que se comienzan a observar desde los 30 a 90 días de producida la aislación de niños institucionalizados y puede desarrollarse en su máxima expresión hasta los 18 primeros meses subsiguientes, donde a pesar que se encuentran cubiertas sus necesidades básicas están privados de los afectos de su mamá o su papá.

Éstos conceptos se basan en experiencias y detenidas observaciones en la comparación de conductas de diversos grupos de niños criados en guardería u orfanatos con ausencias parciales o totales de vínculos afectivos y expuestos a cuidados anónimos. En estos últimos casos es que se constatan graves trastornos, advirtiéndose retardo del desarrollo corporal, de la habilidad manual, de la adaptación al medio ambiente, del lenguaje, con disminución de la resistencia a las enfermedades y en casos más graves la muerte.

¿Porqué contraen marasmo los pequeños recluidos

Los habitantes de estos lugares provienen de tres fuentes: Padres indolentes que los abandonan, niños que tuvieron que ser rescatados judicialmente por distintos abusos o maltratos de sus familias y los que provienen de cualquiera de estos destinos pero han excedido la edad de preferencia de los aspirantes a adoptar.

La mayoría de estos orfanatos han tenido históricamente una manera de transcurrir sus días, opuestos al calor de un hogar normal. Algunos de ellos aún están administrados por monjas con paradigmas ajustados más al orden, la pulcritud y el  recogimiento a la usanza de los claustros religiosos que a la exteriorización de los afectos.

Darles mamaderas de a dos bebés recostados en sillas de metal para impedir el contacto con el calor del pecho y brazos de la empleada que los alimenta para que no se acostumbren, colocarlos frente al televisor todo el día les soluciona la cuestión del orden y darles la cena a las 6 de la tarde para no tener reclamos sindicales por exceso en los horarios sin reconocimiento de horas extras resultan ser prácticas habituales de estos lugares dependientes de los poderes ejecutivos.

En las reclusiones en orfanatos privados a pesar de ser mantenidas económicamente por los gobiernos no se ha podido constatar las modalidades de convivencia por habernos negado el ingreso y toda información.

El impacto negativo de las visitas “humanitarias a estos claustros

Es común ver adolescentes de colegios secundarios, organizaciones religiosas o aspirantes a adoptar hacer visitas guiadas por las salas donde viven estos bebés. La idea de solidaridarse da riosidad afincada en la idea de visitar a “esos chiquitos pobrecitos”, tocarles la guitarra, hacerles de payasos, contarles cuentitos o llevarles una vez por año algún juguete que sobra por allí, que muchos utilizan para enjuagar sus conciencias, aunque no saben medir el daño que producen.

Cómo se desarrolla el sufrimiento del niño institucionalizado 

Las edades entre 0 y 5 años son óptimas para el desarrollo del marasmo u hospitalísmo y estas visitas provocan en la criatura una aceleración del estado crítico. Veamos rápidamente cuál es el proceso que ese bebé ha sufrido desde su nacimiento:

1) Lleva desde su origen un sentir, no tan inconsciente de abandono por parte de aquellos que debieran haberlo protegido: su papá y su mamá. El no tiene oportunidad de olvidarlo tan rápidamente, vivir 9 meses dentro del vientre de su madre, haber aprendido a escuchar la voz gruesa de su padre, identificarlos a través de varios de sus sentidos le había asegurado un destino promisorio de felicidad que nunca llegó a conocer.

2) Luego de una realidad diferente a la que había calculado, un día amanece en un lugar (la institución) que está preparado para darle atención básica alimentaria pero sin ningún tipo de esmero personalizado. No identifica ninguna percepción sensorial reconocida, todo le resulta extraño. Lo bañan, lo alimentan manos y brazos que no reconoce. No logra establecer ningún vinculo especial, personal, tierno que sea de él que le pertenezca y lo reconozca como tal ya que todos sus contactos son furtivos, cambiantes y anónimos.

3) Periódicamente llegan a su cuna personas desconocidas (visitas humanitarias) que se acercan a su cuna, le dan golosinas, le tocan la cabecitas y les reabren la expectativa que habían guardado por un tiempo, frustración que no demora en llegar cuando el visitante desaparece para hacer lo mismo con el de la cuna de al lado.

Esa repetición lo subsume al bebé o niño pequeño en un estado de angustia que lo hace descreer del “humano”. Comienza a entender que ninguno de “ellos” nunca se quedará con él, que lo dejan solo tantas veces como se acercan y le crea conciencia que eso será para siempre. La tan tremenda realidad lo comienza a postrar en un estado de tristeza y desazón que lo lleva con el tiempo a rechazar el alimento dado por ese humano y termina acostado encorvado en posición fetal. Nadie supo darle en ese lugar el remedio que lo sanaría: Besos, caricias, abrazos, palabras de las mismas personas que se queden y nunca más desaparezcan para no volver.

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Veamos por último cómo reacciona una bebé recién nacida cuando tan sólo escucha la voz de su papá, remedio que precisan los niños institucionalizados para sanarse del cuerpo, del espíritu, del alma y del corazón. Observe el poder de la palabra, nada más que el de la palabra, en este caso la del papá imagínese si la toca.

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De todo esto se desprende que un niño puede permanecer recluido sólo un tiempo (180 días) tiempo suficiente para que sus padres le den señales de si lo quieren o no. Para ese entonces ese bebé contará con colas de aspirantes a ser sus papás preparados y ansiosos para vivir con él, ahora y para siempre.

Escribió Julio César Ruiz

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